Los primeros dibujos conocidos se remontan a la prehistoria; las pinturas rupestres de la cueva de Altamira son unos de los ejemplos más antiguos, donde el ser humano plasmó en los techos y paredes de las cavernas lo que consideraba importante transmitir o expresar.
En la Edad Media se utilizó profundamente el dibujo, generalmente coloreado, para representar sobre pergaminos temas religiosos a modo de explicación o alegoría de las historias escritas, privando así lo simbólico sobre lo realista, incluso las proporciones y cánones de la época. La cultura islámica también contribuyó con preciosos dibujos que solían acompañar textos de anatomía, astronomía o astrología. De las primeras civilizaciones perduran escasos ejemplares de dibujos, normalmente, por la fragilidad del material en el que fueron ejecutados, o porque eran un medio para elaborar pinturas posteriormente, siendo recubiertos con capas de color. Las culturas de la Antigua China, Mesopotamia, el valle del Indo, o el Antiguo Egipto nos han dejado muestras claras de ello, ideando los primeros cánones de proporciones, como sucedió también en la Antigua Grecia y Roma.
Es en el Renacimiento cuando el dibujo eclosiona, logrando alcanzar sublimes cortas. Por primera vez se estudia el método de reflejar la realidad con la mayor fidelidad posible, con arreglo a normas matemáticas y geométricas impecables. El dibujo, de la mano de los grandes artistas renacentistas cobra autonomía, adquiriendo valor propio en autorretratos, planos arquitectónicos y variados temas realistas –como los de Leonardo da Vinci–, además de seguir sirviendo como estudio previo imprescindible de otras artes, como la pintura, escultura o arquitectura.
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